Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Nada había cambiado. Aquellas marcas seguían señaladas en su piel. No era un mal sueño. Tampoco quería permitirse soñar aquellas cosas. Un café cargado quizá calmaría su ansiedad. Una ducha, donde el cristal se cubriese de vaho para intentar volver a la vida.
Y al desempañar el espejo, las marcas aún seguían ahí, el dinosaurio seguía ahí. No quiere que nadie sepa de esto. Preferiría poder eliminar esta pesadilla, omitirla de su vida, pero tendrá que aprender a vivir con este peso, sacando cada día su mejor sonrisa.
Diazepam… y a la calle.