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Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, se volvió preso de los recuerdos, su cabeza proyectaba las amargas imágenes de su dulce hija agarrando una de las patas de ese peluche, yendo al encuentro de su progenitor; “pesadilla, papá”. Lucile nunca rellenó el punzante dolor por la pérdida de su hija, empezó a dar vueltas sobre su oscuridad y desasosiego. Lucile apareció estirando su corto brazo hacia aquel peluche: ¡Eh, mi antiguo peluche! La sangre se le heló velozmente, la mirada de Lucile cambió y supo que era ella, todavía estaba allí, y el dinosaurio también.