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Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Había dado vueltas en su cama durante más de una hora, y aun así, él seguía ahí: pisando cada vez más fuerte en su cabeza y en su estómago. 

Se sentía mareada, todo daba vueltas. La niña no sabía qué hacer.

Una vez más, abrió los ojos y allí estaba él: el hombre que la había hecho llorar, estaba observándola desde el umbral de su puerta.

Cerró los ojos con fuerza y pensó en su madre, en sus hermanas, incluso en su padre… y lloró.

Habían pasado 23 días…